16 jun 2008

Poesía en el desorden

Hoy he estado organizando algo mi mesa de escritorio. Para quienes no me conocen, esta mesa viene a ser un totum revolutum, un cajón de sastre, donde se van acumulando liros, folios y demás objetos hasta que las pirámides deciden no aguantar mar y estar al borde de un maremoto. Es un desorden ordenado, donde siempre encuentro las necesidades más apremiantes, y en este organizar me he topado con varios poemarios de amigos y compañeros. Algunos me los dieron impresos, otros los saqué yo porque un poemario necesito leerlo en papel y con mi lápiz en mano. El caso es que me he sentido afortunado, un privilegiado en toda regla de poseer textos que aún no han salido a la luz pública, y otros que ya han sido reconocidos en varios premios pero que yo había disfrutado antes. Eso es sin duda una suerte, por correo, mail o en mano, que alguien te deje sus textos. Posiblemente esa sea la mayor satisfacción que me ha dado el ser co-editor de una revista como Chichimeca, y sospecho que mi compañero de fatigas Manolo Arana pensará lo mismo -o parecido-.

Así que voy a compartir algo de esta fortuna, y os dejo dos poemas, uno de Iván Vergara, el artífice del Chilango Andaluz que se viene desarrollando en Sevilla y el D.F. en los últimos años, un gran amigo que se cruzó conmigo en un bar y desde entonces hemos compartido algo de literatura -espero que cada día sea más-, el otro es Jesús Cervetto, quien ha pertenecido de lleno a las andanzas literarias que desd un principio nos planteamos.

Espero que los disfruten como algo único, de momento:

No importa si es un grito
o muchos gritos,
la niñez se esfuma
como el vapor -ahora inexistente-
de aquellos barcos
que surcaron el Mississippi.

No importa si este grito
es un llanto en caída,
se repite a un lado
y entonces hace lo mismo
en el otro lado,
todo grito siempre es un eco,
que nunca será perdido.
Que nunca se detendrá.

Iván Vergara


Después de recorrer el país
en coche, tomando nombres, fechas,
miradas y tarjetas de visitas
entendió que sus sueños se quedarían
entre un oído y otro.

Fue entonces cuando volvió a casa,
sacó el barco de la botella
y orinó en su interior
la rabia, el alcohol y la lejía.

El prozak y los psiquiatras
hicieron el resto.

Jesús Cervetto

3 comentarios:

Jaime dijo...

al final lo conseguiste! sacaste entrada nueva de blog. Felicidades, y gracias por regalar estos poemas que agonizaban en el maremagnum de tu descritorio, el boca a boca les llegó a tiempo.

Manuel G. Mairena dijo...

ya ves, siempre aparecen cosas. bienvenido a esta memoria!

José Ignacio Montoto dijo...

Bueno, se hace lo que se puede Manolo.

Un abrazo!