3 jun 2016

Historia de Adonáis, Carmelo Guillén Acosta

Reconozco que me hice con este volumen en cuanto me enteré de su existencia. La colección de poesía Adonáis pasa por ser una de las más longevas de nuestro país, que siempre me han gustado por lo grandioso de su sencillez estética y la nómina que recopila. Y este recorrido por su historia pasa por ser un relato entretenido, fácil de leer, pero que quizás pasa rápido por muchos momentos, aunque hay otros en los que Guillén Acosta se detiene para sacarle el mayor jugo.
La historia que se plantea va muy ligada a la historia del Premio Adonáis, pues queda claro que es el hilo conductor de la colección, a la repercusión de cierta nómina de autores, y especialmente vinculada a los tres editores responsables de la colección de poesía, y a sus tres etapas correspondientes: José Luis Cano (1943-1963), Luis Jiménez Martos (1963-2003), y Carmelo Guillén Acosta (2003-actualidad).

Pasamos desde los inicios, la fundación de la colección -vinculada a la Editorial Hispánica- y del premio, de anécdotas como los tres ganadores de la primera edición del certamen por desacuerdo en el propio jurado -siendo laureados al alimón Vicente Gaos, José Suárez Carreño y Alfonso Moreno-, o el paso en 1946 a Ediciones Rialp. Quedando reflejadas algunos hechos "extraños", como el no galardón a Blas de Otero con la obra Ángel fieramente humano, o el «affaire Juana García Noreña» (p. 36), cuando se premia en 1950 a una poeta desconocida y de la que poco más se sabría después en medio de suposiciones de ser una suplantación del autor, y miembro del jurado, José García Nieto.
En la primera etapa se centra en esos pasas fundacionales y en la impronta de la nómina que integra Adonáis en esas primeras décadas, con nombres como Claudio Rodríguez, Victoriano Crémer, Vicente Núñez, Ricardo Molina, Pablo García Baena, José Hierro, Francisco Brines, Caballero Bonald, Ángel González, José Agustín Goytisolo,... En lo que viene a ser un refrendo de la impronta de esta colección en un entorno de postguerra, y señalando una peostura de independencia frente al perfil político del momento. Y es innegable que la nómina apabulla, y que para muchos autores supuso la apertura del mundo editorial y literario.

El segundo de los bloques del volumen parece desprender un reconocimiento del trabajo de Jiménez Martos, pero dando a entender que la línea ya estaba trazada y que los siguientes números de la colección Adonáis vinieron "rodados", con afirmaciones como ésta: «a Jiménez Martos se le ha achacado que no supo mantener el tono visionario de su antecesor». Y es posible que el resplandor de otro tiempo de la colección se viera algo tapado por la irrupción entre 1968 y 1976 de otros tres sellos editoriales que suponen compartir la tarta poética del momento: Visor, Hiperión y Pre-Textos. Aún así la nómina de autores sigue siendo irreprochable, dando cobijo a autores de los 60 y 70 -aupando a los novísimos- de la talla de Joaquín Benito de Lucas, Antonio Colinas, Miguel d´Ors, Eloy Sánchez Rosillo, Clara Janés. La década de los 80 empieza galardonando a Blanca Andreu y a su poemario De una niña de provincias que vino a vivir en un Chagall y acoge la irrupción de la poesía de la experiencia con el premio a un jovencísimo Luis García Montero por su Jardín extranjero. Sucesivamente se suman nuevos nombres, algunos ya fundamentales en nuestro panorama literario como Amalia Iglesias, Ana Merino, Eduardo Moga o José Luis Rey, y nuevos pretendientes como Joaquín Pérez Azaústre, José Antonio Gómez-Coronado o Adrián González da Costa.

Del tercer bloque presenta la complicación de que el autor es juez y parte, y la distancia que guarda en los dos bloques anteriores da paso a un comentario en primera persona de los hechos, con anécdotas e impresiones personales. A este lector lo que más le ha llamado la atención son los juicios de valor que realiza en esta parte del libro, comenzando por cierto desmerecimiento de su predecesor en la colección Adonáis, señalando que «en los tiempos de Jiménez Martos creo que, aunque lo hizo muy bien con vientos contrarios en muchos momentos, se excedió editando poemarios de compromisos que no estaban al nivel que, me parece, exige la colección» (p. 70), crítica que no es aislada, pues ya anteriormente había deslizado la siguiente afirmación: «los últimos diez años de la vida de Jiménez Martos al frente de la colección no van a llamar prácticamente la atención» (p. 64). Igualmente me parece sorprendente la alabanza a los autores del sevillano grupo Númenor y por el núcleo albaceteño, no por lo que lo desmerezcan, sino por la apuesta tan firme que realiza por estos escritores dejando de lado a tantos otros.
Obviamente, debido a la cercanía y la falta de recorrido de muchos de los autores vinculados al premio en el siglo XXI, Guillén Acosta reduce la nómina de autores de este período, a la espera de que el tiempo ponga cada uno en su sitio, aunque sí hay nombres que resuenan como Javier Vela, Vanessa Pérez-Sauquillo o Rubén Martín -por contar todos ellos con varios reconocimientos que respaldan su trayectoria-.
A este respecto, quizás se eche en falta una reflexión más profunda, por el entorno en el que se mueve, sobre los últimos derroteros de la poesía española, así como sumar nombres de otros autores de la colección, incluso premiados, que hoy en día sí que parece que merecen ser mencionados, como Ana Isabel Conejo, Raquel Lanseros, Diego Vaya, Verónica Aranda o Martha Asunción Alonso, por citar algunos.

El libro, tras el repaso por la historia de la colección Adonáis, se cierra con tres apéndices (Bibliografía conmemorativa sobre la colección Adonáis; Bibliografía selecta complementaria sobre Adonáis; y Otras referencias bibliográficas), que vienen a complementar y apoyar ciertos de los aspectos expuestos en el recorrido que traza la obra.

Referencia del título: Guillén Acosta, C. (2016). Historia de Adonáis. La colección de poesía. Madrid: Ediciones Rialp.