Puestos a emitir señales: ¡Houston, Houston, tenemos un poeta! Y es que si el primer libro de todo autor es la presentación en sociedad, el segundo título que sacas a la calle supone la dureza de estar ya fuera del parapeto de la primera vez. Y tras Peluquería canina (Versátiles Editorial), del que hablamos en este mismo blog hace justo un año, Enrique García Bolaños nos trae su segundo poemario, Señales (Ediciones de la Isla de Siltolá), tan solo un año más tarde. Y es una confirmación en toda regla.
Señales lo integran 36 poemas distribuidos en cuatro apartados, con rasgos más o menos comunes. El libro es un elenco de poemas con mucho ritmo, con musicalidad, y no sólo por estar presentes en sus páginas tributos a Bowie, Elvis o Dylan (Enrique, Dylan aún no ha muerto, ¿no?). El libro es un tratado de la cotidianidad, de la cotidianidad en un ámbito urbano, donde reinan la adjetivación y los complementos que colorean el paisaje. Los poemas de Señales huelen a ceniceros llenos, suenan a bar, a calle de barrio, al gentío en una plazoleta a media tarde, y tiene iluminación de farolas tenues. Además, son destacables los continuos cambios de registro y los juegos de perspectiva (en especial la alternancia de voz masculina/femenina). Y el humor, la retranca, la gracia del vivir, también se hace con un buen puñado de versos.
Especialmente llamativo me resulta el que la última sección se titule igual que su primer libro, Peluquería canina, un hermoso homenaje a los comienzos, señalar de dónde se viene. Precisamente contemplo que esta parte del libro tiene como dos tonos, donde la segunda, a partir del poema "El bosón de Higgs" (p. 67), iría más en la línea general del resto del libro.
Como aspectos más disonantes, principalmente el lío con las comas, o la ausencia de ellas, o la presencia unas veces sí, otras no, y otras. O el repetitivo concepto de los "ojos". Poca cosa, pero por ser testigos.
En resumen, una lectura recomendable, un poeta ya presente que seguirá llenando estanterías, que ha afinado las cuerdas y nos ha dejado unas hermosas partituras. Si van a alguna librería, no dejen de (h)ojear poemas como "Gradimo dobro" (p. 36), "El bosón de Higgs" (p. 67), ya citado antes, o el que cierra el libro, "Duluth, MN" (p. 78), que seguro que acaban atrapados por las Señales de García Bolaños.
Y como muestra, el primero que indico:
GRADIMO DOBRO
Construimos bien.
Culpémonos de lo que sea
la tala del Amazonas
la extinción del Dodo
y de todos los indígenas
la sed atómica
el éxodo forzado
la hambruna el cambio de color del cielo de Madrid Pekín Nueva Delhi
la tala del Amazonas
la extinción del Dodo
y de todos los indígenas
la sed atómica
el éxodo forzado
la hambruna el cambio de color del cielo de Madrid Pekín Nueva Delhi
pero sabemos construir.
Nuestras casas son altas y fuertes.
Soportan la lluvia ácida,
los cambios repentinos de temperatura,
algún que otro seísmo –la soledad
del después no la contempló Richter–
y la rutina.
Nuestras casas son altas y fuertes.
Soportan la lluvia ácida,
los cambios repentinos de temperatura,
algún que otro seísmo –la soledad
del después no la contempló Richter–
y la rutina.
En dos mil años hemos conseguido
cobijarnos desafiando a Babel.
cobijarnos desafiando a Babel.
Pero no somos mejores que aquellos hombres.
Aquellos hombres, los hombres antiguos,
–tan sólo ciento cincuenta o doscientos nombres detrás de ti–,
los hombres que vivían en aquellas casas
aún sin vigas, aquellos hombres
sufrían y amaban mucho más
de lo que amamos nosotros ahora mismo.
–tan sólo ciento cincuenta o doscientos nombres detrás de ti–,
los hombres que vivían en aquellas casas
aún sin vigas, aquellos hombres
sufrían y amaban mucho más
de lo que amamos nosotros ahora mismo.
Nosotros sólo amamos el instante
espejismo pasado en el oasis futuro.
Amamos el futuro fervientemente.
–¿Cómo no amar algo que siempre viene
de frente? – Lo esperamos, leales,
pacientes, hasta que llega, y nos morimos
solos, durmiendo –con suerte, bajo techo–,
sabiéndonos amados al fin
por todos esos doscientos hombres
que nos preceden.
espejismo pasado en el oasis futuro.
Amamos el futuro fervientemente.
–¿Cómo no amar algo que siempre viene
de frente? – Lo esperamos, leales,
pacientes, hasta que llega, y nos morimos
solos, durmiendo –con suerte, bajo techo–,
sabiéndonos amados al fin
por todos esos doscientos hombres
que nos preceden.
Una gran orgía de hielo y escombros.